miércoles, 21 de marzo de 2012

A la sombra de mi sombra


Creo que la cabeza se parece mucho a un ordenador. Almacenamos información, la tenemos clasificada en carpetas y a veces ocurren cosas que hacen que extraviemos algún documento importante. Otras veces el problema viene porque se satura de información. Y tenemos que llevarlo al técnico. Que nos soplará 50 euros por tocar dos teclas y decirnos que con un antivirus nos habríamos ahorrado el problema.

Exactamente lo mismo ocurre con las cabezas de los seres humanos. Nos saturamos. Perdemos información y llamamos corriendo al técnico. Un psicólogo/ psiquiatra/ terapeuta que nos cobrará otros 50 euros (semanales) para tocar dos teclas y decirnos que con un antivirus nos habríamos ahorrado el problema. ¿Y cuál es ese antivirus? ¿Dónde lo venden? ¿Cuánto cuesta? Yo quiero uno. Necesito uno. Y eficaz, por favor.

Ojala fuera tan fácil. Pero después de una semana agotadora –mentalmente hablando –he llegado a la conclusión de que mi cabeza necesita un antivirus. Me he chequeado, he intentado con todas mis fuerzas diagnosticar el problema, pero, a diferencia de los ordenadores, no encuentro el botón de Apagar y volver a encender… ¿Cómo se resetea una cabeza? ¿Cómo se recupera la confianza en uno mismo? ¿De donde saco la motivación que me falta para hacer lo que quiero hacer?

Yo quiero el sombrero ese que se están haciendo Fito, el Robe y Manolo… A ver si con suerte llega hasta el cielo y tampoco veo las cosas que ver no quiero…


viernes, 9 de marzo de 2012

Just because I'm losing, doesn't mean I'm lost...


Hoy quiero hablar de pérdidas. De cosas que perdemos (a sabiendas o no). Y más concretamente, de cómo me siento cuando me doy cuenta de que he perdido algo.

Lo primero que se me pasa por la cabeza es preocupación: ¿Lo encontraré? ¿Lo habré perdido para siempre? Después paso a un primer análisis superficial de la pérdida: ¿Se trata de una pérdida irreparable? ¿Es insustituible? Y poco a poco voy profundizando: ¿El hueco es tan grande que ni siquiera me voy a molestar en buscar con qué o con quién llenarlo?

Hace unos días terminé de leer El mundo amarillo, de Albert Espinosa. Entre otras muchas cosas, explica cómo podemos –y debemos –transformar las pérdidas en ganancias. Pues bien, esto es lo que más me cuesta.

Como bien se ha podido dar cuenta, estimado lector, no estoy hablando de perder cosas como la cartera o el móvil. Eso es fácil. Lo denuncias, te hacen toda la documentación de nuevo y, con suerte, te libras de la horrible foto que tuviste que poner en el DNI. Luego llamas a tu compañía de teléfonos y, presionando un poco, te sacas un terminal mejor que el que tenías. Ya tienes las pérdidas convertidas en ganancias.

Cuando nos enfrentamos, en cambio, a la pérdida de un ser querido la cosa se complica. Requiere más tiempo, pero también es posible llevar a cabo esta transformación. Mientras el recuerdo de la persona que se ha marchado siga vivo, y, obviamente ese recuerdo sea positivo,  automaticamente esa pérdida será una ganancia. Hemos de tener muy claro que la muerte es vida dado que la una sin la otra no puede existir y viceversa.

Al hablar de esto, tengo que hacer una brevísima reflexión sobre otro sentimiento que normalmente ligamos a este tipo de pérdidas: la lástima. Personalmente, no me gusta la lástima. Y aplicada a este tema sólo se me ocurre citar a JK Rowling a través de uno de sus grandes personajes: No te den lástima los muertos, si no más bien los vivos, y sobre todo, los que viven sin amor. Qué gran verdad.

Volviendo a mi pérdida. No es fácil contar cómo me siento cuando lo que he perdido es un sentimiento. Una sensación. Una percepción. Hay quien lo llamaría chispa, otros emoción, ilusión, feeling… Yo no lo llamo. Porque ni siquiera encuentro palabras para describirlo. ¿Y cómo denunciarlo entonces? ¿De dónde saco un libro de instrucciones de mí misma? Si yo soy la máxima responsable de mis sentimientos, ¿cómo me pongo una hoja de reclamaciones? ¿Cómo se analiza algo que no sabes lo que es? ¿Se puede llenar ese vacío? Y lo más difícil de todo… ¿Cómo convierto esta pérdida en una ganancia para que deje de pesarme como lo hace?

La única certeza es que he perdido algo, y espero con todas mis fuerzas que eso no significa que yo misma esté perdida.



sábado, 3 de marzo de 2012

La búsqueda


No he abandonado. Tampoco puedo decir que no he escrito más asiduamente porque haya estado liadísima con mi trabajo (ojala) o con los libros (ojala también!)… Nah, simplemente han ido pasando los días, pero ya estoy de vuelta para todo el que quiera leer lo que se me pasa por la cabeza.

Normalmente, cuando me preguntan qué quiero suelo tenerlo bastante claro. Desde pequeñita, sabía que no me gustaban los números, el marisco, o el color rosa.  Siempre he sabido que me gustaban las letras. Me gustan las palabras, me gusta jugar con ellas y me gusta plasmar por escrito lo que mi cabeza no deja que diga. Me gustan las tardes de sofá, manta y peli (o libro), tumbarme en la cama a escuchar música con la luz apagada, la Coca Cola Zero y el color morado.

Luego los gustos han ido cambiando, pero, en esencia, desde muy pequeña sabía que mi vida se iba a orientar a las palabras. Ahora no me disgustan tanto los números, aunque sólo los utilizo para que no me den mal las vueltas cuando compro algo, y siempre fiándome más de la calculadora del móvil que de mi cabeza… Lo del marisco no ha cambiado mucho. Sigue sin gustarme y me temo que va a seguir siendo así. Y el color rosa, pues no sé. Ahora lo acepto más que antes, pero sigue pareciéndome algo cursi. Aunque el hecho de que sea cursi depende más del objeto que del color.

Después de haber pasado la etapa escolar y ocho años en una muy buena universidad, estoy muy orgullosa de poder decir que soy doble licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual. Aunque no ejerza ni me plantee, de momento, hacerlo. He tenido la maravillosa oportunidad de hacer (casi) siempre lo que he querido. Estudiar, ir de viaje, salir, entrar… Nunca me han prohibido hacer cosas. Y eso es algo de lo que también he de estar tremendamente agradecida.

Laboralmente, y por primera vez en mi vida, no tengo ni pajolera idea de por dónde van a ir los tiros. Busco, pero no encuentro trabajo remunerado de periodista o comunicadora. Me dedico a dar clases particulares a niños y jóvenes que así lo necesitan. A pesar de que más de una y dos personas me han reiterado que no tengo paciencia para dar clases. ¡Me importa un pimiento! Me planteo estudiar un master orientado a esta faceta de la enseñanza que no me había planteado seriamente hasta ahora. Y escucho preguntas como ¿Y el periodismo? ¿Es que te arrepientes de haber estudiado las carreras? ¿Con lo caro que ha sido?, etc… No señores. No me arrepiento en absoluto de la formación académica que tengo. Pero si las cosas no salen como había planeado, ¿tendré que buscar otros medios? ¿O me quedo esperando que pase mi tren cuando lo único q pasa es el tiempo? Elijo la primera opción y seguir buscando a través de otras vías.

Así que, por favor, pido encarecidamente, desde aquí, que la próxima vez que alguien quiera decirme que qué pasa con el periodismo y que vaya “veleta” soy cambiando de profesión, se muerda la lengua y se ponga un puntito en la boca. Que ya estoy cansada de escuchar tonterías.

martes, 21 de febrero de 2012

La Ladrona de Libros.

Siempre me he jactado de ser una buena lectora. Casi todos los meses caen un par de libros a mis manos y no paro de leer hasta que los devoro. Y normalmente, la crítica suele ser favorable. De no serlo, los dejo en la estantería, relegados al olvido.
Hace unas semanas terminé Si tú me dices ven lo dejo todo, pero dime ven, de Albert Espinosa. Fue mi regalo de cumpleaños para mi madre. Devoré el libro en cuestión de días. Y me encantó, pero eso es otra historia que ya contaré. Así que, a ella precisamente fui a preguntarle: Mamá, ¿qué me leo ahora? Y ella, mirando medio segundo a la estantería, cogió sin dudarlo La Ladrona de Libros, de Markus Zusak. 



Nunca había oído hablar ni del autor ni de su obra. Me encandiló desde la primera hasta la última coma. Si tuviera que resumirlo en una palabra, no se me ocurre una mejor: REVELADOR. Inmensamente revelador. Intentando no destapar la trama, diré que es la narración de ciertos sucesos en la vida de una niña. Hasta ahí todo normal. Si lo enmarcamos en la Alemania nazi de los años 30 y 40 ya tenemos otra pista importante. Y si encima os digo que la narradora de la historia no es otra que la Muerte, termino de rematar. A mí consiguió engancharme sólo con eso. Y lo de revelador es porque, en quinientas y pico páginas se nos pone de manifiesto cómo las palabras pueden servir para mucho más que para expresarnos o leerlas. Pueden salvar vidas.
Así que, desde este rincón, quiero dar las gracias a mi madre, por dejarme a mí ser partícipe de tan inspiradora lectura. Gracias, jefa!!

lunes, 20 de febrero de 2012

De puertas que se cierran y ventanas que se abren.

Dice el refrán que cuando una puerta se cierra, una ventana se abre. Pues bien, hemos de aferrarnos a esa ventana, por muy pequeña que sea o por mucho que nos cueste verla. Estar, está. No podemos permitirnos negar la evidencia. Sólo hay que ser paciente y tener los ojos bien abiertos para apreciarla. 
Cuando estas puertas se cierran -a veces de un portazo, sin esperarlo, otras simplemente sabes que se tenían que cerrar y reúnes el valor para dar el empujón- lo primero que piensas es: ¡mierda! ¡qué mierda más grande! ¿Y ahora qué? ....



Pues ahora es cuando, en vez de caer en el tedioso bucle de buscar causas, consecuencias, culpables o víctimas, debemos mantener los cinco sentidos intactos para descubrir ese otro objetivo que está ahí, esperando a que reparemos en él. 
Sí que es cierto que hay que dejar pasar un tiempo para que nuestra mente se "desintoxique" de todo lo relacionado con esa experiencia finalizada. Unos se dedican con más ahínco del habitual a su trabajo, a otros, les da por el deporte. Muchos se evaden con un libro, crucigramas, sudokus, un baño caliente y relajante con espuma... las opciones son múltiples; todo vale con tal de no pensar.
Pero tarde o temprano hemos de volver a la realidad. Y es en ese momento cuando sólo hay que tener en mente otro refrán: caerse está permitido, levantarse es obligatorio. Así que toma impulso con todas tus fuerzas y tira pa'lante, que seguro que siempre vas a encontrar una mano a la que te puedas sujetar. Y, tal vez, ésa sea tu ventana de escape.



domingo, 19 de febrero de 2012

A new... beginning?


Nunca he tenido miedo a una página en blanco. Más bien mi miedo siempre se ha centrado en el botón "publicar". Escribo desde que tengo uso de razón. Sobre cualquier cosa. Aunque, generalmente, son pensamientos inconexos que necesito sacar de mi cabeza; a veces se me vienen escenas que plasmo en relatos cortos, cortísimos, casi siempre ligados a la letra de alguna canción inspiradora.
Porque la música es otra de mis terapias. Junto con las palabras, la música tiene el poder de hacer que libere estos pensamientos que tantas veces debo dar salida con el fin de no volverme más loca de lo que ya estoy.
Y en esas me hallo. Tratando de superar mi pánico a que los demás sepan lo que se cuece en mis entendederas, trataré, a través de esto, plasmar lo que siento y lo que no. Lo que pienso y lo que escucho. Para ti, si al igual que yo, crees que las palabras son la mejor herramienta terapéutica que existe.

Bienvenid@!!